La Real Academia Española (RAE) define al machismo como la actitud de prepotencia de los hombres respecto de las mujeres. Se trata de un conjunto de prácticas, comportamientos y dichos que resultan ofensivos contra el género femenino.
El machismo es un tipo de violencia que discrimina a la mujer o, incluso, a los hombres homosexuales. También puede hablarse de machismo contra los denominados metrosexuales o todo aquel hombre cuya conducta exhibe alguna característica que suele estar asociada a la feminidad.
A lo largo de la historia, el machismo se ha reflejado en diversos aspectos de la vida social, a veces de forma directa y, en otras ocasiones, de manera sutil. Durante muchos años se negó el derecho a voto de la mujer, por ejemplo. En algunos países, por otra parte, todavía se castiga el adulterio de la mujer con la pena de muerte, aunque a los hombres no les corresponda la misma pena.
La sumisión de la mujer a su marido aún suele ser vista como un valor positivo. Hay quienes sostienen que una mujer alcanza su plenitud cuando se casa y se convierte en ama de casa para atender a su esposo y a sus hijos. Otro reflejo del machismo instaurado en la sociedad aparece en frases como «María es la mujer de Facundo», ya que la oración inversa no es usual («Facundo es el hombre de María»). La mujer aún es vista como una propiedad del hombre.
Las publicidades sexistas (con mujeres escasas de vestimenta para incentivar la venta de productos) son otra muestra del machismo. Esto se puede apreciar incluso en campañas de publicidad para productos para todo público, o sea que ni siquiera se trata de una provocación para los adultos. Muchas de las publicidades de helado y chocolate son dos ejemplos claros de machismo, ya que nos muestran mujeres consumiéndolos de maneras sugestivas.
En el día a día, el machismo se filtra en todos los aspectos de la vida sin que nos demos cuenta. Quizás el aspecto más preocupante de esta serie de ideas tan tóxicas es que se cuelan en todas las personas, incluso en aquellas que las repudian. Esto se debe a que durante nuestra crianza nos inculcan estos valores retorcidos como si fueran normales, como si se tratara de la forma natural de percibir el equilibrio de los seres vivos, y lo absorbemos sin hacer preguntas, porque somos demasiado pequeños y no tenemos una segunda opinión.
De esta manera se infiltra entre nosotros el machismo, como parte de la educación fundamental. Llega la adolescencia, época en la cual despierta la sexualidad, y entonces muchas mujeres comienzan a experimentar las limitaciones que les depara su destino: ya no serán espíritus libres con toda la vida por delante, con derecho a decir lo que les plazca para llamar la atención de sus padres y maestros (si es que alguna vez gozaron de tal libertad), sino esposas, amas de casa y madres. Deberán amar y respetar a quien a duras penas lo hace, limpiar su casa, hacer su comida, lavar su ropa y criar a sus hijos.
El machismo se inyecta en los niños y los intoxica de ideas injustas, pero no es imposible de combatir. A medida que nos hacemos mayores, accedemos a mejores y más equitativas formas de tratar a los demás, y es entonces cuando podemos finalmente contrastar los conceptos que nos inculcaron de pequeños para reemplazarlos por los nuevos. En otras palabras, el machismo se derroca con justicia, con compasión, con principios de igualdad, jamás con violencia. Y de este modo es posible educar a las mujeres y los hombres del futuro para evitar que caigan en su trampa.