Las consecuencias de la indiferencia

La indiferencia es un estado afectivo neutro. Solemos definir a una persona indiferente como alguien que «ni siente, ni padece». Es un sentimiento que mantiene al margen a la persona que tiene esta condición. Sin embargo, cuando recibimos un zarpazo de indiferencia de alguien, sus garras nos producen heridas dolorosas.

Pensar en alguien indiferente es atribuirle una serie de adjetivos, que poco o nada tienen que ver con el ideal de una persona virtuosa. La indiferencia está asociada a la insensibilidad, el desapego o la frialdad. Son estas características que se presuponen contrarias a la condición social que tenemos los seres humanos y que provoca que nos relacionemos unos con otros.

«A veces, la indiferencia y la frialdad hacen más daño que la aversión declarada».

-JK Rowling-

Ser indiferente implica que «nada nos importa». Que no sentimos nada ante una situación o persona, que «todo nos da igual». Aunque estemos seguros de que esto es así, habría que preguntarse si es posible conseguir aislar nuestras emociones de esta manera. Realmente, cuando nos mostramos indiferentes hacia algo o hacia alguien, lo que hacemos es acercarnos o alejarnos de esa persona o esa circunstancia.

La indiferencia duele

Mujer triste

La vida está llena de momentos y circunstancias en la que optar por mostrarnos indiferentes no siempre es lo mejor. Puede importarnos más o menos, pero nunca podemos dejar de sentir. Es un recurso que nos permite elegir unos estímulos para sentirlos o simplemente para apartarlos de nosotros. Por tanto, la indiferencia absoluta, nunca es posible.

Dice la sabiduría popular que aparentar ser indiferentes es la respuesta más dura, aun cuando esperas poco. Está demostrado que cuando hacemos gala de ella, esta actitud es una de las más agresivas y dolorosas que podemos proyectar. Mostrarse indiferente ante alguien implica que estás retirando todos tus sentimientos, que no existe para ti. ¿Hay algo más cruel?

«Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte».

-Elie Wiesel-

Por esto mismo dicen que lo contrario al amor no es el odio, sino la indiferencia. Porque no hay nada peor que a una persona le des exactamente igual. Que verte feliz o triste sea lo mismo. Esto duele muchísimo si es alguien cercano, una pareja, alguien de la familia, un progenitor… Esta indiferencia rompe nuestras expectativas sobre aquellas personas que pensábamos que estarían ahí. Sin embargo, en lugar en encontrar apoyo, no encontramos nada. Incluso en ocasiones preferimos recibir alguna palabra desagradable porque lo interpretamos como que le seguimos importando a la otra persona. Pero cuando no recibimos ni una señal, sentimos que ya no importamos.

Hombre indiferente

Enfrentarse a la indiferencia

La indiferencia conlleva sufrimiento para quien la siente, genera tensiones a veces insoportables, confusión y puede llegar incluso a afectar a la autoestima. Por eso hay que enfrentarse a ella. El primer paso es intentar un acercamiento gradual a la otra persona para hacerle saber cómo nos afecta su actitud.

Quizá no haya respuesta inmediata, pero conviene tener paciencia, no es bueno cerrarse. A veces un periodo de reflexión lleva a la otra persona a dar ese paso esperado. O tal vez se pueda buscar a alguien que ejerza el papel de mediador. Sin embargo, en ocasiones puede que no consigamos el acercamiento que buscamos. En ese caso lo mejor es aceptar lo que está ocurriendo. La obsesión con la indiferencia de alguien puede llevarnos a pasar por momentos muy desagradables.

«El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia: esa es la esencia de la inhumanidad».

-George Bernard Shaw-

Impermanencia

Cuando aceptamos la indiferencia, hemos de comenzar a mirar al horizonte con la idea de que no siempre importaremos a otros como nos gustaría. Aunque sea un proceso doloroso, pensar en ello nos ayudará a saber que nuestra felicidad no puede depender de una sola persona. Si deciden mostrarse indiferentes con nosotros, obligar a que nos hagan caso no es la mejor de las opciones. Mejor aprender a dejar ir.

Conversación seria

Cuando se llega a la conclusión de que la otra persona no tiene intención alguna de cambiar su conducta, lo mejor es poner distancia. Siempre se puede encontrar a otras personas que sí nos valoren y en los que apoyarnos. De esta forma, habremos comprendido el concepto budista de impermanencia, esto es, todo cambia: quien hoy es tu amigo, mañana puede dejar de serlo. Si integramos esto en nuestra práctica diaria, nos será más fácil vivir la indiferencia de otra persona.

Un medio de protección

Pero no siempre la indiferencia es negativa. También es un mecanismo de defensa, y a él nos agarramos para no sufrir continuas decepciones ante las vicisitudes de la vida. «Mantenernos al margen» o «no esperar nada de nada, ni de nadie» es una manera de protegernos. En este caso, la indiferencia consistiría más que en un acto pasivo, en el acto activo de aceptar todo aquello que pueda pasar. Estar abierto a un mundo de posibilidades y aceptar que pueda ocurrir un suceso como otro.

Si no tuviéramos la capacidad de recurrir a la neutralidad, si tuviéramos que dar una respuesta negativa o positiva a cada estímulo que recibimos, terminaríamos agotados. Por ello, la clave es no esperar nada, de esta forma, al abrirnos a todas las posibilidades, todo es bienvenido. Si es positivo, perfecto; si es negativo, lo mejor que podemos hacer es convertirlo en un aprendizaje.

«No duelen tanto las palabras agresivas. Duelen más los silencios prolongados».

-Anónimo-

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